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viernes, 17 de abril de 2015

De Nisman a Scioli


De Nisman a Scioli 
 Una transición política plagada de crisis 

 El cortesano Verbitsky dedicó su columna dominical en Página/12 a ofrecer tranquilidades al pejotismo tradicional. Como quien tiene información confidencial, sostuvo que las versiones que circulan afirmando que Scioli sería dejado fuera de las Paso del Frente para la Victoria son inventos sin asidero que provienen de usinas duhaldistas. Además, descartó que la Presidenta digite el vicepresidente y negó las versiones de que Scioli se vería obligado a compartir fórmula con Kicillof. Más aún, afirmó que Cristina Kirchner no apoyará a ningún candidato en particular o, lo que es lo mismo, que respaldará a todos por igual. Esta neutralidad significa en los hechos un apoyo a Scioli, pues quienes compiten con él sólo pueden aspirar a ganarle en una interna del FpV si cuentan con el respaldo inequívoco de todo el gobierno. 

 Verbitsky se declara optimista sobre las posibilidades electorales del oficialismo, aunque no puede pasar por alto el ‘detalle’, que el triunfo ya no será del kirchnerismo, sino de Scioli. Su consuelo es que Cristina Kirchner seguirá manejando un bloque legislativo importante y posiciones en el aparato del Estado. De este modo, parece no haber aprendido de la transición entre el duhaldismo y el kirchnerismo, donde el segundo terminó deglutiendo al primero. En la política burguesa, la dosis de corruptela es tan alta que es casi imposible rechazar la tentación de compartir los beneficios del manejo de los fondos públicos. Página/12, que vive de la pauta oficial, lo sabe de sobra.
 Después de Nisman 
 El optimismo de los lacayos oficiales, sin embargo, parte de un hecho objetivo. Luego de la crisis desatada por la muerte violenta de Nisman, parecía que el gobierno se asomaba al precipicio. A la quiebra de su aparato de espionaje se le sumó un choque de enormes dimensiones con la mayoría del Poder Judicial. Esta quiebra del aparato estatal detonó en la masividad del #18F, convocado por un grupo de fiscales con el respaldo indisimulado de la oposición patronal, el grupo Clarín, el sionismo y de al menos un sector del imperialismo yanqui. Otra vez, como ya había ocurrido en la crisis con el capital agrario, la derecha superaba ampliamente al kirchnerismo en su capacidad de movilización callejera. Para un movimiento que se jacta de "nacional y popular" es lo más parecido a un certificado de defunción.
 Sin embargo, pasados ya tres meses de la muerte de Nisman, el gobierno no cayó y hasta muchos piensa que retomó la iniciativa. ¿Cómo se explica este hecho? Antes que nada, esto se debe a las concesiones realizadas por el propio gobierno. El aparato justicialista, que actúa como un factor de orden, se quedó del lado del gobierno porque recibió garantías adicionales. No sólo se viabilizó la candidatura de Scioli a la presidencia, sino que se habilitó a los gobernadores a separar sus elecciones locales para que puedan tener mejores posibilidades de preservar sus distritos. La burocracia sindical, incluso la opositora, realizó un paro aislado como un factor de aliviar la presión, pero sin la menor predisposición de realizar un plan de lucha real. También entró en acción el "cuidemos a Cristina" del Papa, que fue recompensado con la desautorización de Aníbal Fernández al nuevo ministro de Salud, que ‘osó’ decir que se debatiría la legalización del aborto. La camarilla judicial opositora también recibió lo suyo, al archivar Gils Carbó el nombramiento de nuevos fiscales. La ‘recuperación’ del gobierno no se hizo sobre la base del "vamos por todo", sino de concesiones a sus adversarios, externos e internos.
 La impotencia de la ‘opo’ 
 La crisis abierta por la muerte de Nisman expuso, como nunca antes, la debilidad de la oposición política patronal. Concurrió al #18F a montarse sobre una movilización convocada por otros, ya que ella carece por completo de las condiciones necesarias para reunir una verdadera multitud. Su debilidad congénita se prueba en que ningún candidato de los principales posee una estructura nacional, y mucho menos un peso importante en las organizaciones obreras y populares. Esto explica el interés de Macri y Massa por ganarse el apoyo del aparato de la UCR, que -sin embargo- no pasa de un grupo de punteros devaluados, que está a años luz de lo que supo ser. A tal punto ha llegado esta crisis que los intendentes radicales quieren ir pegados a las Paso de Macri, cuando se suponía que serían el recurso del que se valdría Sanz para disputar en las internas.
 La disputa que parece fraticida entre Macri y Massa no ha sido obstáculo para que armen listas conjuntas o apoyen a los mismos candidatos en al menos diez de las 24 provincias. Para ambos son recursos de emergencia para encubrir su carencia de candidatos y de partidos propios en la mayor parte del país. Esta situación se combina con el carácter de camarilla que adopta toda la política patronal. Macri no ha podido procesar una interna en su distrito fuerte sin provocar una crisis entre Larreta, el garante de los negocios, y Michetti, que tenía mejor posición ante el electorado. Otro tanto le ocurre a Massa, que no deja de sufrir deserciones permanentemente porque el Frente Renovador es un sello de ocasión a quien nadie le debe lealtad.
 Entre los distintos partidos, el libro de pases está abierto todo el año, aunque se intensifica con la proximidad de las elecciones. El “sálvese quien pueda” es la moral que emerge de una disgregación política fenomenal, la cual está en la base de la crisis política actual. La misma incluye al oficialismo, que ha sido el lugar de donde partieron muchos de los actuales opositores. De aquí se desprende un escenario de una transición política general, en la cual la clase capitalista está buscando por qué vías reconstruye el régimen que se ha ido quebrando con la disolución de los partidos tradicionales y con la intervención de las masas (Argentinazo). El establecimiento de las Paso, que fueron concebidas para una reorganización política general, se han mostrado claramente insuficientes. La transición política debe ser definida como una etapa de crisis y choques, en la cual la clase capitalista pretende reestablecer las bases de un régimen estable.
 Los ferrocarriles 
 Pero no sólo la crisis del régimen político actúa como un obstáculo para establecer un cuadro de polarización electoral. También juegan aquí los intereses sociales comunes que defienden los K, Massa y Macri. La votación común en el Congreso de una cuestión tan estratégica como es la administración de los ferrocarriles ha sido, en este punto, reveladora. Detrás de la ley Randazzo no sólo se esconde un objetivo privatista, sino -por sobre todo- sentar las bases para el ‘modelo sojero’ que requiere asegurarse el transporte de la cosecha hasta los puertos, en especial los ubicados sobre el Río Paraná. La votación favorable del PRO se comprende mucho más si se sabe que entre los consorcios que exportan a China hay fuertes inversiones de Franco Macri, el padre de Mauricio. El respaldo del PS de Binner y de Stolbizer responde a los mismos intereses sociales.
 Mientras los diferentes bloques políticos consensúan la ley ferroviaria siguen los choques en otros puntos importantes. Los acuerdos con China han generado resistencias fuertes entre una parte de la Unión Industrial. Massa, que responde más directamente a los intereses de Techint, ha sido el más fuerte opositor. Techint es perjudicado por la venta de acero de China a precios de dumping. Otros sectores industriales, como el calzado, textiles o el juguete, podrían también ser mandados a la quiebra por la importación de productos de origen chino. El ajuste que se viene no será sólo contra los trabajadores, sino que afectará a un sector de la clase capitalista.
 Como ocurriera en la década del ’40, cuando Argentina era el escenario de una disputa entre Estados Unidos en ascenso e Inglaterra (la potencia que había dominado al país durante más de un siglo) en retroceso, hoy asistimos a una lucha de intereses que enfrenta a varios países y potencias, entre ellas Estados Unidos y China. Un ejemplo es que la empresa estatal china Cofco ha comprado Nidera, que en la Argentina maneja una parte sustancial del negocio de granos y semillas. Se establece un cuadro de disputa que enfrenta a China con los grandes monopolios internacionales yanquis y europeos que manejan el negocio de granos (Cargill, Bunge y Dreyfus). La burguesía argentina y sus partidos oscilan entre estos intereses, pero lejos están de poder postular un plan de desarrollo nacional autónomo. Pero si en la década del ’40 la disputa entre Inglaterra y Estados Unidos llevó a un cuadro de polarización política en la clase capitalista, ahora los intereses se encuentran entremezclados en todos los partidos y bloques. Esto agrega a la política capitalista en crisis un factor adicional de confusión y explica los permanentes cambios de bando. El ejemplo extremo de esta situación lo encarna De la Sota, un representante de los intereses agrarios e industriales de los grupos económicos establecidos en Córdoba, que a meses de las elecciones, no sabe si cerrará un acuerdo con Massa, con el kirchnerismo o con Macri, e incluso si arma su propia candidatura.
 Fracaso de la polarización 
 La campaña electoral actual es el escenario en el que se desarrolla esta transición política. Los elementos de crisis que se han acumulado, la disolución de los partidos tradicionales, los permanentes saltos de los candidatos de un lado al otro y los intereses capitalistas comunes que están presentes en todas las coaliciones en formación impiden que se pueda avanzar en una polarización política entre kirchneristas-PJ, de un lado, y el macrismo-UCR del otro. El solo hecho de que todos voten una misma ley ferroviaria prueba que no están reunidas las condiciones para una polarización, que, sin embargo, se quiere fingir para atraer el apoyo del electorado.
 La campaña electoral del Frente de Izquierda debe partir de la explicación de esta situación, para mostrarles a los trabajadores que la crisis de los partidos y políticos tradicionales muestra su incapacidad para dirigir el país en función de los intereses populares mayoritarios. La crítica política es un instrumento para refutar las veleidades ‘nacionales y populares’ del kirchnerismo, así como la supuesta ‘defensa de la república’ de la oposición patronal. De este modo, la campaña electoral se transforma en un instrumento de capacitación política de los trabajadores para luchar por su propio gobierno. Una campaña que no parta del análisis de la situación está condenada al electoralismo vacío y, en definitiva, a la esterilidad.
 La crítica a los intereses sociales que representan los Kirchner, los Scioli, los Macri y los Massa sólo puede hacerse a través del desarrollo de un programa integral, que postule al Frente de Izquierda como un polo capaz de ofrecer un plan de salida nacional ante una bancarrota que se arrastra. La industrialización del país requiere una transformación social integral que sólo puede ser llevado adelante por un gobierno de los trabajadores.
 Están las premisas para una gran campaña electoral del Frente de Izquierda. 

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