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sábado, 13 de diciembre de 2014

Francisco presidió la Misa Criolla en la fiesta de la Virgen de Guadalupe


Francisco presidió la Misa Criolla en la fiesta de la Virgen de Guadalupe 
Viernes 12 Dic 2014 | 15:31 pm
 El Santo Padre, cerca del cuadro de la Guadalupana. 

Ciudad del Vaticano (AICA): El papa Francisco presidió una misa en la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, patrona del continente americano. El pontífice invitó a hacer memoria agradecida de su “visitación” en el continente y de su compañía materna y renovó a María la súplica para que continúe acompañando, auxiliando y protegiendo a los pueblos y la misión evangelizadora en el continente. La celebración fue acompañada musicalmente con la Misa Criolla de Ariel Ramírez.
  El papa Francisco presidió en la basílica de San Pedro una misa en la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, patrona del continente americano. La celebración, a la que asistieron autoridades de todos los países americanos, fue acompañada musicalmente con la Misa Criolla de Ariel Ramírez, interpretada por artistas argentinos convocados por el cincuentenario de esta obra folclórica y religiosa.
 En el inicio de la misa, las banderas de los países del continente ingresaron en procesión por la nave central de la basílica vaticana, y atrás, el Santo Padre, los cardenales y los obispos que concelebraron la Eucaristía.
 La guía de la celebración fue en su mayor parte en castellano, con momentos en portugués y una oración en nahuátl, la lengua del indio san Juan Diego, a quien María se apareció en el monte Tepeyac, en las afueras de la actual ciudad de México.
 La Misa Criolla, en tanto, fue interpretada con la voz solista de Patricia Sosa y la ejecución de artistas nacionales. El acompañamient coral estuvo a cargo del coro romano Música Nuova.
 “Que la Madre de Dios continúe protegiendo a nuestros pueblos” 
 En su homilía, el Santo Padre destacó el sentido espiritual de la celebración: “Nuestra Patria Grande latinoamericana conmemora con gratitud y alegría la festividad de su patrona, Nuestra Señora de Guadalupe, cuya devoción se extiende de Alaska a la Patagonia”.
 Francisco invitó a hacer memoria agradecida de su visitación en el continente y de su compañía materna, reflexionó sobre el canto del Magnificat, que la liturgia propone para esta fiesta, y renovó a María la súplica para que continúe acompañando, auxiliando y protegiendo a los pueblos y la misión evangelizadora en el continente.
 El Papa recordó que en el monte Tepeyac, María se presentó como "la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios", y de este modo, “dio lugar a una nueva visitación”.
 “Ella corrió premurosa a abrazar también a los nuevos pueblos americanos, en dramática gestación”, expresó, apareciendo como una mujer vestida de sol, con la luna a sus pies, “que asume la simbología de estos pueblos y les dona a su Hijo”.
 “La más perfecta discípula del Señor se convirtió en la Gran misionera”, rescató el Papa. “El hijo de María Inmaculada y encinta se revela como el verdadero Dios. Ya nadie más es solamente siervo, sino hijos de un mismo padre y siervos en el Siervo”, agregó.
 El pontífice también destacó que la Santa Madre de Dios visitó a estos pueblos y quiso quedarse con ellos, por eso dejó estampada su imagen en la tilma de san Juan Diego, su mensajero, para que la tengamos bien presente, y es “símbolo de la alianza de María con estos pueblos, a quienes confiere alma y ternura”.
 “Por su intercesión, la fe cristiana fue convirtiéndose en el más rico tesoro del alma de los pueblos americanos, cuya perla preciosa es Jesucristo: un patrimonio que se transmite y manifiesta hasta hoy en el bautismo de multitudes de personas, en la fe, esperanza y caridad de muchos, en la preciosidad de la piedad popular y también en las costumbres de los pueblos”, subrayó el Papa.
 En otro tramo de su prédica, Francisco destacó que el canto del Magnificat que la Virgen pronuncia frente a su prima santa Isabel introduce en las bienaventuranzas, que son síntesis del evangelio. A partir de esta reflexión, llamó a pedirle a María una gracia: “Que el futuro de América Latina sea forjado por los pobres y los que sufren, por los humildes, por los que tienen hambre y sed de justicia, por los compasivos, por los de corazón limpio, por los que trabajan por la paz, por los perseguidos a causa del nombre de Cristo, porque de ellos es el Reino del Cielo”.
 “¡Y hacemos esta petición porque América Latina es el continente de la esperanza!”, agregó el obispo de Roma.
 “Pongamos estas realidades y deseos en la mesa del altar como ofrenda agradable a Dios, suplicando su perdón, celebrando el sacrificio y victoria pascual de Nuestro Señor Jesucristo. Él es la piedra angular de la historia, y fue el gran descartado”, observó el Papa.
 Francisco suplicó que la Madre de Dios continúe acompañando, auxiliando y protegiendo a los pueblos de América. “Que conduzca de la mano a todos los hijos que peregrinan en la tierra camino a Jesucristo, presente en su Iglesia a través de la sacramentalidad, de su Palabra, y presente en el pueblo fiel de Dios. Que nos hable al corazón y nos haga escuchar su voz de Madre, de madrecita, que nos diga: «¿Acaso tenés miedo? ¿No ves que estoy yo aquí, que soy tu madre?».+

 Texto completo de la homilía
Fiesta de Nuestras Señora de Guadalupe 
Homilía del papa Francisco en la Celebración Eucarística en la Festividad de Nuestra Señora de Guadalupe (Basílica de San Pedro, 12 de diciembre de 2014) 

 «Que te alaben, Señor, todos los pueblos. Ten piedad de nosotros y bendícenos; Vuelve, Señor, tus ojos a nosotros. Que conozca la tierra tu bondad y los pueblos tu obra salvadora. Las naciones con júbilo te canten, Porque juzgas al mundo con justicia (…)» (Sal 66). 

 La plegaria del salmista, de súplica de perdón y bendición de pueblos y naciones y, a la vez, de jubilosa alabanza, expresa el sentido espiritual de esta celebración Eucarística. Son los pueblos y naciones de nuestra Patria Grande latinoamericana los que hoy conmemoran con gratitud y alegría la festividad de su "patrona", Nuestra Señora de Guadalupe, cuya devoción se extiende desde Alaska a la Patagonia. Y con Gabriel Arcángel y Santa Isabel hasta nosotros, se eleva nuestra oración filial: «Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo...». 
 En esta festividad de Nuestra Señora de Guadalupe, haremos memoria agradecida de su visitación y compañía materna; cantaremos con Ella su "magnificat"; y le confiaremos la vida de nuestros pueblos y la misión continental de la Iglesia. 
 Cuando se apareció a San Juan Diego en el Tepeyac, se presentó como "la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios" (Nican Mopohua); y dio lugar a una nueva visitación. Corrió premurosa a abrazar también a los nuevos pueblos americanos, en dramática gestación. Fue como una «gran señal aparecida en el cielo… una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies», que asume en sí la simbología cultural y religiosa de los indígenas, y anuncia y dona a su Hijo a los nuevos pueblos de mestizaje desgarrado. 
 Tantos saltaron de gozo y esperanza ante su visita y ante el don de su Hijo y la más perfecta discípula del Señor se convirtió en la «gran misionera que trajo el Evangelio a nuestra América». El Hijo de María Santísima, Inmaculada encinta, se revela así desde los orígenes de la historia de los nuevos pueblos como "el verdaderísimo Dios por quien se vive", buena nueva de la dignidad filial de todos sus habitantes. Ya nadie más es siervo sino todos somos hijos de un mismo Padre y hermanos entre nosotros. 
 La Santa Madre de Dios no sólo visitó a estos pueblos sino que quiso quedarse con ellos. Dejó estampada misteriosamente su sagrada imagen en la "tilma" de su mensajero para que la tuviéramos bien presente, convirtiéndose así en símbolo de la alianza de María con estos pueblos, a quienes confiere alma y ternura. 
 Por su intercesión, la fe cristiana fue convirtiéndose en el más rico tesoro del alma de los pueblos americanos, cuya perla preciosa es Jesucristo: un patrimonio que se transmite y manifiesta hasta hoy en el bautismo de multitudes de personas, en la fe, esperanza y caridad de muchos, en la preciosidad de la piedad popular y también en ese ethos de los pueblos que se muestra en la conciencia de dignidad de la persona humana, en la pasión por la justicia, en la solidaridad con los más pobres y sufrientes, en la esperanza a veces contra toda esperanza. 
 Por eso, nosotros, hoy aquí, podemos continuar alabando a Dios por las maravillas que ha obrado en la vida de los pueblos latinoamericanos. Dios, según su estilo, "ha ocultado estas cosas a sabios y entendidos, dándolas a conocer a los pequeños, a los humildes, a los sencillos de corazón". En las maravillas que ha realizado el Señor en María, Ella reconoce el estilo y el modo de actuar de su Hijo en la historia de la salvación. Trastocando los juicios mundanos, destruyendo los ídolos del poder, de la riqueza, del éxito a todo precio, denunciando la autosuficiencia, la soberbia y los mesianismos secularizados que alejan de Dios, el cántico mariano confiesa que Dios se complace en subvertir las ideologías y jerarquías mundanas. 
 Enaltece a los humildes, viene en auxilio de los pobres y pequeños, colma de bienes, bendiciones y esperanzas a los que confían en su misericordia de generación en generación, mientras derriba de sus tronos a los ricos, potentes y dominadores. El "Magnificat" nos introduce en las "bienaventuranzas", síntesis primordial del mensaje evangélico. A su luz, nos sentimos movidos a pedir que el futuro de América Latina sea forjado por los pobres y los que sufren, por los humildes, por los que tienen hambre y sed de justicia, por los compasivos, por los de corazón limpio, por los que trabajan por la paz, por los perseguidos a causa del nombre de Cristo, "porque de ellos es el Reino de los cielos". 
 Y hacemos esta petición porque América Latina es el "¡continente de la esperanza"!, porque de ella se esperan nuevos modelos de desarrollo que conjuguen tradición cristiana y progreso civil, justicia y equidad con reconciliación, desarrollo científico y tecnológico con sabiduría humana, sufrimiento fecundo con alegría esperanzadora. Sólo es posible custodiar esa esperanza con grandes dosis de verdad y amor, fundamentos de toda la realidad, motores revolucionarios de auténtica vida nueva.
 Pongamos estas realidades y estos deseos en la mesa del altar, como ofrenda agradable a Dios. Suplicando su perdón y confiando en su misericordia, celebramos el sacrificio y victoria pascual de Nuestro Señor Jesucristo. Él es el único Señor, el "libertador" de todas nuestras esclavitudes y miserias derivadas del pecado. Él nos llama a vivir la verdadera vida, una vida más humana, una convivencia de hijos y hermanos, abiertas ya las puertas de la «nueva tierra y los nuevos cielos».
 Suplicamos a la Santísima Virgen María, en su advocación guadalupana –a la Madre de Dios, a la Reina, a la Señora mía, a mi jovencita, a mi pequeña, como la llamó San Juan Diego, y con todos los apelativos cariñosos con los que se dirigen a Ella en la piedad popular–, que continúe acompañando, auxiliando y protegiendo a nuestros pueblos. Y que conduzca de la mano a todos los hijos que peregrinan en estas tierras al encuentro de su Hijo, Jesucristo, Nuestro Señor, presente en la Iglesia, en su sacramentalidad, y especialmente en la Eucaristía, presente en el tesoro de su Palabra y enseñanzas, presente en el santo pueblo fiel de Dios, en los que sufren y en los humildes de corazón. Que así sea. ¡Amén! 

 Francisco

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