Explosión de Rosario: acompañamiento en el dolor y reclamo de justicia
Jueves 7 Ago 2014 | 12:28 pm
Mons. Mollaghan, al presidir la misa por las víctimas de Salta 2141.
Rosario (Santa Fe) (AICA): La Iglesia católica en Rosario acompañó en el dolor a los familiares, amigos y sobrevivientes de la explosión del edificio de la calle Salta 2141, en el primer aniversario del fatídico accidente que costó la vida de 22 personas. El administrador apostólico de Rosario, monseñor Mollaghan, presidió una misa concelebrada con varios sacerdotes en un escenario montado sobre el lugar de la tragedia, y acompañó el reclamo de justicia de los deudos.
La Iglesia católica en Rosario acompañó en el dolor a los familiares, amigos y sobrevivientes de la explosión del edificio de la calle Salta 2141, en el primer aniversario del fatídico accidente que costó la vida de 22 personas. El administrador apostólico de Rosario, monseñor Mollaghan, presidió una misa concelebrada con varios sacerdotes en un escenario montado sobre el lugar de la tragedia, y acompañó el reclamo de justicia de los deudos.
Luego de las sirenas y el minuto de silencio que se realizó pasadas las 9.30 del miércoles, recordando el momento de la explosión, los familiares y amigos de las víctimas se volvieron a congregar por la tarde para asistir a la Eucaristía en la que se pidió por el eterno descanso de los muertos y para hallar justicia.
Los familiares habían invitado a ofrecer una misa por la víctimas a monseñor Mollaghan tiempo atrás, durante uno de los encuentros que el prelado propició luego de la explosión para acompañarlos en el dolor y reconfortarlos. La misa fue concelebrada por los sacerdotes más cercanos a las familias, y asistida por seminaristas y otros jóvenes. Los familiares más cercanos a las víctimas se colocaron alrededor del altar, con 22 velas.
Al sentido pedido de memoria y justicia, monseñor Mollaghan sumó el pedido de “esperanza” para todos los deudos. “Dejemos que la Palabra de Dios y la Eucaristía que celebramos llenen de paz y de serenidad nuestras vidas”, dijo.
“Era el martes 6 de agosto, y a las 9.38 partieron hacia la casa de dios 22 hermanos nuestros y sentimos profundamente que lo hicieran así; sin pensarlo, sin despedirse, repentinamente, y por eso nos conmueve todavía más”, expresó.
El prelado recordó palabras del cardenal Bergoglio, en ocasión de una misa en memoria a los difuntos del incendio del boliche República de Cromagnon: “Las llagas quedan abiertas, no se cierran fácilmente, y cuando se van cerrando se transforman en cicatrices. Y las cicatrices, como decía el cardenal Bergoglio, no se pueden maquillar, siempre se llevan y se ven”.
“Como decía Francisco, siendo arzobispo de Buenos Aires, el dolor no se va, camina con nosotros… El dolor hay que asumirlo como ustedes lo asumen. Ustedes están más cerca, y nosotros los que estamos más lejos, debemos acercarnos y asumir la partida de aquellos que no están, y recordarlos solidariamente, pidiendo que estos sentimientos se añejen en nuestro corazón y se transformen en adelante en semilla de fecundidad”, agregó.
“El recuerdo y la memoria necesitan la esperanza, pero también la justicia por el costo de lo vivido, y por todo lo que no se previno antes de los hechos que recordamos”, exclamó el arzobispo emérito.
Monseñor Mollaghan les ofreció como recuerdo a los familiares una cruz realizada en madera para colocar en el lugar que se quiere destinar en homenaje a las víctimas, familiares y vecinos.
Luego de la celebración eucarística, un vocero de los familiares volvió a reclamar justicia y, finalmente, Soledad Pastorutti cerró la noche con un espectáculo musical.+
Texto completo de la homilía
Aniversario de la explosión de la calle Salta en Rosario
Homilía de monseñor José Luis Mollaghan, arzobispo emérito y administrador apostólico de Rosario (6 de agosto de 2014)
Queridos hermanos:
Cuando desde muy temprano leíamos los titulares de nuestros diarios y los comentarios de los programas de la radio y de la televisión, comprobamos que reflejaban la verdad de un día muy difícil e inolvidable para la Ciudad.
Uno de los diarios decía “Rosario conmemora hoy un año de la peor tragedia de su historia”, y otro agregaba “La Ciudad conmemora su peor aniversario”. Y lo mismo encontrábamos en numerosos artículos que llamaban la atención sobre este suceso: “Necesitamos algo de paz para los que continúan de pie”, decía un conocido periodista, y no faltó quien tuviera en cuenta que otros vecinos prefieren el silencio.
Las veintidós velas que hoy tienen las familias y que vemos junto al altar están significando el recuerdo por los veintidós seres queridos que ya no están y todo lo sucedido hace un año, y en los meses que siguieron.
Palabra de Dios y Eucaristía
Por eso queremos estar aquí para rezar y ofrecer esta misa por ellos, así como por los heridos y sus familias. Dejemos que la Palabra de Dios y la Eucaristía que celebramos llenen de paz y de serenidad nuestras vidas
Era el martes 6 de agosto a las 9.38, cuando partieron hacia la Casa de Dios veintidos hermanos nuestros; y sentimos profundamente que lo hicieran así, sin despedirse y repentinamente, y por eso nos conmueve todavía más.
Las lecturas de la Palabra de Dios nos hablan de la gloria de Jesús, que transformó el corazón de los discípulos y los llenó de esperanza. Después de la cruz viene la gloria.
Los discípulos hubieran quedado sin fuerza al presenciar el dolor de la Pasión. Por eso, Jesús los condujo a la cima del monte Tabor para que contemplen su gloria.
Las llagas y el valor de la esperanza
Hoy necesitamos volver a Dios para encontrar más allá del dolor, el valor de la esperanza.
Sabemos que aun así, las llagas profundas tardan en curarse, y en todo caso quedan las cicatrices, que no queremos borrar artificialmente. Por eso hoy pedimos por las cicatrices, de papás y mamás, de hermanos y hermanas, de novios y novias, de esposos y esposas, y de tantos amigos y vecinos. Rosario tiene cicatrices, que a la vista reclaman memoria y justicia (cfr.Card. Bergoglio, 30.XII.2007).
Por eso queremos transformar estas cicatrices en oración, y al cumplirse un año de su partida, recordar y ofrecer con esperanza esta misa por ellos; y tener más paz en nuestros corazones, que continúan de pie frente a ese lugar cargado de sufrimiento y de recuerdos.
El dolor hay que asumirlo como ustedes lo asumen
Como decía el papa Francisco hace varios años siendo arzobispo de Buenos Aires, el dolor no se va, camina con nosotros… El dolor hay que asumirlo como ustedes lo asumen. Ustedes están más cerca, y nosotros los que estamos más lejos, debemos acercarnos y asumir la partida de aquellos que no están, y recordarlos solidariamente, pidiendo que estos sentimientos se añejen en nuestro corazón y se transformen en adelante en semilla de fecundidad. (cfr. 30. XII.2009).
También queremos pedir y agradecer por todos los que quedaron con vida, y por sus familias. Como decía hace un año en la misa que celebraba entonces en San Cayetano, es difícil el día después. No es fácil “volver a la vida de todos los días con la memoria que nos recuerda esas cicatrices” (ibídem). Solo se alivian cuando se transforman en amor y donación, cuando encontramos justicia y solidaridad, cuando vivimos la esperanza.
El recuerdo y la memoria necesitan la esperanza, pero también la justicia por el costo de lo vivido, y por todo lo que no se previno antes de los hechos que recordamos.
Una vez más, quisiera agradecer la invitación a celebrar esta Misa, y a todos ustedes que han venido esta tarde y nos acompañan: familiares, amigos, vecinos, autoridades, bomberos, rescatistas, voluntarios…, a todos; unidos también a nuestros sacerdotes que concelebran en el altar y a quienes rezan en nuestras iglesias con sus comunidades. Una palabra de agradecimiento a los miembros de otras confesiones religiosas que nos acompañan.
Todos con el mismo sentimiento que brota del recuerdo, el anhelo de justicia, y la confianza de la esperanza.
Hoy expresaba, como lo dije alguna otra vez, que en este lugar, podría surgir una fuente de agua, que es signo de la vida, tal vez como un simple bebedero, o más grande como ellos se merecen; que fluyera día y noche, agua fresca, para que siempre recordemos a nuestros queridos muertos; y a la a vez que esta fuente de agua nos ayude a limpiar las cicatrices con amor y con obras solidarias; y nos invite a mirar con los ojos y el corazón hacia el cielo, con la esperanza de que ellos viven, y se encuentran allí porque la vida no termina, sino que se transforma.
Se lo pedimos con fe a nuestra Madre y Reina del Rosario.
Así sea.
Mons. José Luis Mollaghan, arzobispo emérito y administrador apostólico de Rosario
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